lunes, 15 de julio de 2019

Cartas

Todas las mañanas, a eso de las nueve, esperaba con impaciencia, incapaz de concentrarme en otro asunto, la aparición de aquellos hombres decididos y serviciales, en pantalones cortos o en carricoche eléctrico. ¡Cómo amé al cartero que hacía el reparto en mi primer barrio y luego a todos los carteros de todos los barrios de todas las ciudades de todos los estados en los que viví!
 Para los nativos digitales debe resultar muy difícil comprender la ansiedad que producía esperar una carta y la emoción que sentía al recibirla, al rasgar el sobre con dedos temblorosos y sacar aquel papel que pocos días antes había estado en las manos del amigo, del amante o de la novia. ¡Qué emocionante era recibir un sobre abultado, abrirlo y desdoblar los folios surcados por una caligrafía apretada! En ocasiones las cartas llegaban con manchas de tinta o del café que tomaba quien las había escrito, transportando de ese modo no solo las palabras enunciadas, sino también el momento de la enunciación, como diría un semiólogo.
 Escribir una carta llevaba tiempo porque el género exigía cierta extensión. Al contrario de lo que sucede con el correo electrónico, cuyo requisito es la concisión, una carta breve era una manifestación de desapego y desinterés, y siempre producía decepción en quien las recibía. Las cartas debían ser largas, incluso prolijas y a ser posible íntimas.
Antonio Orejudo. Grandes éxitos. Tusquets Editores. Pág. 126-127.

1 comentario:

  1. Cielo, te dejé parte de una carta en la entrada anterior. Espero que no estés con migraña.
    Mucho besos de
    kitti

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