viernes, 25 de abril de 2014

Viernes, 25 de abril de 2014

Mi querida naná:
Me alegro de que te haya gustado la parrafada de Elvira.
Yo no leí el libro de Yates; con la película me quedó la idea de que Frank la estaba traicionando, de que April era la víctima.Tengo muchas ganas de leerla a ver si me entero.
Me entristece que tomes trankimacines si te producen sequía, pero si son un mal menor y no tienes más remedio que tomarlos…
Te dije que me sentí envenenada cuando recorté  mi presupuesto de sueños¿Cómo que no sueño si me dediqué e leer como una condenada? Leer es suspender el principio de realidad y sumergirse en los sueños de profesionales.¿Por qué usar mi bisutería habiendo joyas auténticas  perfectamente encuadernadas? Leer también es soñar.
“No sueño pero leo”, ¿seré majadera? Esto debe ser parecido a decir “No bebo pero trago”. ¡Qué manera de maltratar el lenguaje! Son quejas de histérica, cielo: nunca me hagas caso cuando me queje de algo.
¿Te acuerdas cuando Oreilly  le decía a Sylvia?:
No creo en Jesucristo pero sí en el alma; así es como me lo imagino yo: los sueños son la mente del alma, nuestra verdad escondida. Tal vez el profesor Miseria no tenga alma y tome trocitos de la tuya. Te los roba como te robaría las muñecas o el ala de pollo de tu plato. Cientos de almas han pasado por él y han ido a parar a un archivo.
Profesor Miseria.Truman Capote
¿Me quejo porque que no tengo alma y debo robar la de otros?
¿Estoy resentida porque no soy escritora, por mi incompetencia para escribir?
Hace algún tiempo leí los Relatos, de John Cheever. Al acabar busqué alguna reseña del libro y encontré esta frase: “En esos cuentos late esa ineludible universalidad del sufrimiento…”
¡Qué fuerte! No sufro porque me estoy haciendo mayor, no sufro porque no soy escritora, no sufro porque presté un dinero que nunca voy a recuperar, no sufro porque me entraron a robar y se llevaron hasta la caja fuerte, no sufro porque tengo juanetes… Sufro por esa ineludible universalidad del sufrimiento.
Vale, pues ya estoy mejor; sufrir es de lo más democrático…
A mí ya se me ha pasado todo. Espero que también tú estés mejor.
Te quiere
kitti

martes, 22 de abril de 2014

Soñar, ¿puede ser perjudicial para la salud?



Cieliño: Sé que la cita es demasiado larga, incluso  puede ser ilegal. Recuerdo que la mecanografié pensando en comentarla contigo si era capaz de sintetizarla. Pero  he perdido la capacidad de síntesis; lo admito: soy una joven anciana y es posible que esté empezando a calvearme el cociente intelectual.
Una persona que no sueña conserva en sí gran cantidad de veneno pero ¿qué le pasa si sueña demasiado? ¿Acabará como Emma Bovary, Ana Karenina o Ana Ozores?
Al leer estas reflexiones de Elvira LIndo me entró  un acojonamiento terrible y automáticamente hice un recorte en el presupuesto de sueños.




Nueva York está, pienso que más que ninguna ciudad en el mundo, plagada de personajes que dicen ser poetas, cineastas, guionistas, artistas plásticos, videoartistas, performancistas, actores, cantantes, bailarines, escultores, joyeros, diseñadores de moda, gráficos de todo pelaje que se definen a sí mismos como tales antes de haber mostrado al mundo alguna prueba real de su trabajo. Nueva York,  que se muestra tan materialista a los ojos de quienes sólo ven en ella la capital mundial del dinero, es extremadamente tolerante con los portadores de sueños: los alimenta, los engaña, les hace creer que el que la sigue la consigue, que el éxito se adquiere por ósmosis, por el mero brujuleo, por estar una noche en un lugar bullicioso, que estalla de alegría, en el que una cantante interpreta la vieja canción de alguien que habiendo fracasado una y otra vez en la vida al final gana, porque ganar es una labor de resistencia. Y no. El coraje de la resistencia no es suficiente. Nueva York es también es la ciudad de los sueños rotos, como la llamo John Cheever en ese cuento que define este lugar en su aspecto más sombrío, tan sombrío como cierto, y que uno debería leerse como si se tratara de la guía Lonely Planet antes de hacer el equipaje para emprender ese viaje de conquista en que tantos han fracasado. Yo me siento responsable de haber alimentado en algunas mentes soñadoras la pasión insensata por esta ciudad. He escrito infinidad de crónicas describiendo esa parte alegre e insensata que despierta Nueva York en quien está dispuesto a disfrutar y a participar de su extravagancia, pero incluso cuando he descrito una escena de su lado más desabrido y antipático no he sido capaz de transmitir tan crudamente como hubiera querido su particular manera de dejar a los débiles a la intemperie. La consecuencia de mi manera de narrar, siempre apasionada, ha sido similar a la de esas películas americanas en que lo sórdido adquiere belleza y atractivo para el espectador. No sé si se trata de usar un envoltorio colorista para una verdad oscura, sí sé que la ciudad siempre despierta en mí una incontenible curiosidad y que tal vez lo que contagio es ese deseo de ver hasta aquello por lo que uno suele apartar los ojos.
Un ejemplo de este malentendido se me desveló cuando escribí un artículo sobre la película Revolutionary Road. A mi juicio, afirmaba, el director Sam Mendes había malinterpretado la intenciones de Richard Yates. La novela trata de una pareja que vive un amor desigual: ella, insatisfecha en su vida suburbial, rumiando la frustración de una ambición como actriz jamás resuelta; él, acomodado a su papel de padre de una familia de emergente clase media. Para romper radicalmente esta rutina ella abandera un proyecto de huida familiar a París. Todo parece fácil y brillante en esas noches alcohólicas en las que la joven pareja, una vez que han acostado a los niños, beben y sueñan, beben e imaginan su futura existencia en una ciudad que les ha de inyectar la excitación que han perdido, incluso el amor que está languideciendo. Ella está más loca de lo que parece; él está  más cuerdo de lo que parece, pero se deja llevar por su mujer porque la quiere. El proyecto disparatado de conquista de una ciudad lejana, que él conoce mínimamente de los días mitificados de la segunda guerra mundial, es el principio y el fin de la tragedia.
Por alguna razón, el director no supo o no quiso ahondar en el lado naif, insensato, casi violento del sueño de ella, renunció a analizar su locura, y nos ofreció a una Kate Winslet inconformista, casi un personaje de novela del XIX que lucha de manera legítima por un destino que la vida le niega. Mi artículo era una reivindicación del personaje de él, del hombre que muy pronto percibe que está dando aliento a un proyecto disparatado con el único objetivo de recuperar un amor, el de ella, del que nunca estuvo en realidad seguro. No se trata de que él sea un cobarde sino de que nadie sabe mejor que ella cómo se las gasta la vida. Ella es apasionada sin fundamento, él es realista y sentimental. En mi artículo reflexionaba sobre cómo la literatura y, por qué no, yo misma alimentaba insensatamente sueños que la realidad no permitía cumplir, que al fin y al cabo generábamos infelicidad en esos espíritus fantasiosos que deseaban vivir la experiencia que tú narrabas como si pudiera estar al alcance de cualquiera. A Nueva York, decía más o menos, no se puede venir de cualquier forma. A no ser que seas un inmigrante de un país pobre que nada arriesga porque nada tiene. Pero si no lo desmiente la crisis, éste no es aún el caso de España.
Fueron muchos los lectores que me escribieron, no se explicaban cómo una persona de apariencia vitalista como yo dedicara un artículo a desanimar a todos aquellos que abrazaban un sueño. Recuerdo en especial la carta de un periodista andaluz, al que acababan de dejar en el paro, que deseaba aterrizar en el JFK con una niña de seis años y una mujer que, suponía, podía ganarse la vida dando clases de flamenco. Le contesté: “Puede que tu concepto sobre mí cambie, puede que me consideres una estafadora por haber estado alimentando un deseo que difícilmente se puede cumplir, pero ya que te inspiro confianza como para contarme un proyecto que aún no has confesado a tus padres, déjame que yo te corresponda con la misma confianza. Es una locura. ¿Dónde vas a vivir, en un apartamento compartido?,¿con quién dejarás a tu hija el día en que salgas a buscar trabajo?, ¿crees que te quedarán muchas horas para disfrutar de la ciudad?,¿piensas que es fácil para un periodista español encontrar trabajo en un medio hispano cuando hay tantos latinos que dominan el inglés como el castellano y que se han criado aquí?,¿cuántas horas imaginas que habrá de trabajar tu mujer zapateando para sacar algo en claro?,¿sabes lo duro que es aquí el invierno?,¿sabes lo tremendas que son las distancias?,¿lo que se tarda en llegar de Manhattan a Queens o de Manhattan a un lugar a desmano de Brooklyn?,¿te imaginas lo que es encontrarte en tu vuelta a casa que el metro se ha inundado por la lluvia o que se ha cerrado por la nieve?,¿a qué colegio vas a llevar a tu hija?,¿a un colegio conflictivo de un barrio pobre?. Sí, yo vivo aquí. Escribo sobre esta ciudad cada domingo durante seis meses al año, pero tengo la fortuna de llevar mi oficina conmigo, en un maletín, o menos que eso, en mi cabeza”.
“Lugares que no quiero compartir con nadie”
Elvira Lindo
No te preocupes si tardas en contestar, eres demasiado buena conmigo.
Recuerdo el final de Clea y lo feliz que te hizo. Me pregunto por qué no me olvido de la fecha de vuestro cumpleaños, te juro que no lo tengo apuntado, y por qué no recuerdo el nombre de las personas que me acaban de presentar. ¿De verdad que no me equivoqué en la fecha, de verdad?
Un beso, mi tesoro
kitti

domingo, 13 de abril de 2014

Por qué a mí me cuesta tanto

Creo, naná, que estuviste de cumpleaños el día 8. Y que tú, babo, estás de cumplaños hoy. Estoy hecha un lío con esto del blog porque, de tanto no usarlo, se me olvidan las cosas. No os podéis dar idea de lo que me costó insertar esta canción, que es mi regalo para naná:



Para ti, babo, mi regalo es recomendarte el libro más espectacular que leí últimamente, "El azar de la mujer rubia", de mi querido Manuel Vicent (todo lo valenciano me encanta). Aunque estoy poniéndome aprensiva porque nunca tuve necesidad de leer tanto; es mi mejor medicina pero estoy enganchada y llegué al punto de que la gente, excepto el núcleo duro familiar, me cansa.  Me encantaría comentar con vosotros cada libro que leo, pero el agotamiento físico y mental me lo impiden. ¡Cuánto echo de menos tener ese cuarto propio...!
¡Felicidades, tesorets !
Os quiere
 kitti