viernes, 31 de diciembre de 2010

¡Hoy no cocino!
Y ahora me piro a ver "El discurso del rey", hasta los huevos de la casa, casi a reposo por culpa de la sobredósis de vitrocerámica y horno; juro ante dios que nunca volveré a cocinar tanto.
Fijaos si estaré descentrada que se me pasó por alto "Mamma mía" y eso que llevaba varios días pendiente del evento en la 1.
Me queda el consuelo de que hoy saldrá José Mota y su personaje, mi alter ego, diciendo lo que últimamente se ha convertido en mi leitmotiv: ¡Ay, senor, llévame pronto!
Tendría que empezar a felicitar el año a todos aquellos que me felicitaron por Navidad y les di la callada por respuesta pero estoy agotada. Os felicito a vosotros porque en realidad sois los únicos a quien me apetece hacerlo; porque os quiero y quiero que tengáis un
¡FELIZ AÑO NUEVO!
Muchísimos besos con sabor a luna..
y a pez...
y a alcachofa...
y a melocotón...
y a tercipelo...
y un beso estrellado...
y un beso de columpio...
y un beso de callejón...
y otro de esos de butaca, última fila..
y otro con sabor a agua de manantial...
y otro con aroma a bata rosa de boatiné...
......... un beso del color de los milagros.........
Vuestra, siempre,

kitti

lunes, 6 de diciembre de 2010

Mi tesoro:
El mismo día que estuve haciendo la reforma en el blog acabé yendo en ambulancia al hospital: otra vez mis tripas, que se retuercen a la mínima. Esta vez creí que moría pero ya ves que estoy vivita y tecleando.
No sé si tan a la mínima porque ese día tomé dos yogures de postre al mediodía, otro a la merienda y otros dos de postre, a la cena. ¡Cinco yogures...! No se lo dije a nadie porque me da vergüenza, pero es que paso tanta hambre... De todas maneras, tenía los glóbulos blancos disparadísimos, así que algún virus habrá tenido que ver en el asunto... a no ser que los glóbulos se me hayan puesto blancos por comer tanto yogur.
Creí que nunca volverías a decirme que me echabas de menos; menos mal que has vuelto a hacerlo porque me estaba empezando a sentir desertora de los sueños. Y mis sueños, en los que habitáis, son los que magnifican mi vida.
Yo intento magnificarla preparando unos asados riquísimos y poniéndome muy guapa, dentro de mis posibilidades, pero no lo consigo. De verdad, ¡esta emoción que me entra cuando os hablo! Aunque me siento traidora... digo, ¿no estaré haciendo mi vida 'real' más gris a cuenta de ver tanto colorido en mis sueños habitados? Pues es posible, naná, pero ESO NO SE ELIGE, ¿verdad, mi dulce niña?
Nunca creceré, ni quiero. Y creo que tampoco es tan conveniente como pudiera parecer, a tenor de lo que le dice Colette al alter ego de Truman en "Plegarias atendidas".
Fue Miss Barney la que me concertó una cita con Colette, a la que yo quería conocer. No con fines oportunistas, como es habitual en mí, sino porque Boaty me había iniciado en su obra (les ruego tengan presente que soy, intelectualmente, un autoestopista que va acumulando saber en las carreteras y bajo los puentes) y la respetaba: Chez Maman es magistral y su habilidad para jugar con los datos sensoriales, el gusto, el olor, el tacto, la vista, no tienen parangón.
Además sentía curiosidad por esta mujer. Mi idea era que una persona que ha vivido tan extensamente como ella, que era tan inteligente como ella, debía tener algunas respuestas. De modo que me sentí muy agradecido cuando Miss Barney consiguió que pudiera tomar el té con Colette en su piso del Palais Royal.
-Pero -me advirtió Miss Barney por teléfono- no la canses quedándote demasiado tiempo, ha estado enferma todo el invierno.
Es verdad que Colette me recibió en su dormitorio, sentada en una cama dorada à la Louis Quatorze en su besamanos matinal; pero, por otra parte, parecía tan indispuesta como un watusi pintarrajeado que dirigiera un baile tribal. Su maquillage estaba a la altura de tal ocupación: ojos oblicuos y luminosos como los de un perro braco de Weimer, circuidos de kohl. Un rostro enjuto e inteligente empolvado con la palidez de un payaso. Sus labios, teniendo en cuenta su edad, eran de un rojo viscoso y brillante, como de corista excitante. Y sus cabellos eran rojos o rojizos, como un rubor sonrosado, una espuma ensortijada. Su perfume empregnaba la habitación ( en un momento dado le pregunté qué era y Colette dijo: “Es Jicky. La emperatriz Eugenia se lo ponia siempre. Me gusta porque es una fragancia anticuada con una historia elegante, y también porque es picante sin ser grosero, como ocurre con los mejores conversadores. Proust se lo ponía. Eso al menos me ha dicho Cocteau. Aunque Cocteau no sea demasiado de fíar”).
Una doncella trajo el té, dejando la bandeja sobre la cama ya abarrotada de gatos soñolientos y cartas, libros y revistas, y diversos objetos de adorno, sobre todo un montón de antiguos pisapapeles franceses de cristal. Muchos de estos objetos preciosos aparecían expuestos sobre las mesas y en la repisa de la chimenea. Era la primera vez que veía uno. Al darse cuenta de mi interés, Colette cogió un espécimen y lo hizo brillar a la luz amarilla de una lámpara:
-A éste lo llaman La Rosa Blanca. Como puede ver, en el centro de este cristal purísimo hay una rosa blanca. Procede de la fábrica de Clichy y es de 1850. Todos los grandes pisapapeles fueron creados entre 1840 y 1900 por sólo tres casas, Clichy, Baccarat y St. Louis. Cuando empecé a compralos en los rastros y otros sitios por el estilo no eran excesivamante caros, pero en las últimas décadas se ha puesto de moda coleccionarlos, una auténtica manía, y los precios son ahora desorbitados. Pero a mí -Colette lanzó una mirada rápida a una esfera que contenía un lagarto verde, y a otro en cuyo interior había una cesta de cerezas rojas- me producen mayor satisfacción que las joyas o que las esculturas . Estos universos de cristal son como música silenciosa. Y ahora -dijo Colette, volviendo de pronto al asunto- dígame, ¿qué espera usted de la vida? Aparte de fama y dinero; eso ya lo doy por supuesto.
-No sé lo que espero -le dije-. Sé lo que me gustaría; me gustaría ser un adulto.
Colette levantó y bajó sus pintados párpados con el lento movimiento de alas de un águila azul:
-Ah, pero eso -dijo- es lo único que ninguno de nosotros podremos ser nunca, personas adultas. A menos que entienda usted por adulto un alma envuelta en el sayal y las cenizas de la sabiduría solitaria. Libre de malignidades, envidia, malicia, codicia y culpabilidad. Imposible. Voltaire, incluso Voltaire, llevó un niño dentro de sí toda la vida, un niño envidioso y con mal genio, un muchachito obsceno, que siempre se olía los dedos; y Voltaire llevó ese niño hasta su sepultura, como haremos todos nosotros hasta la nuestra. El Papa en su balcón... soñando con una bonita cara de un guardia suizo. Y el juez británico bajo su exquisita peluca, ¿en qué piensa cuando envía a un hombre a la horca? ¿En la justicia, en la eternidad y en cosas serias? ¿O acaso se pregunta cómo se las podrá arreglar para que lo elijan miembro del Jockey Club? Por supuesto, los seres humanos tiene momentos adultos, unos cuantos momentos magnánimos esparcidos aquí y allá y, como es obvio, la muerte es el más importante de todos ellos. La muerte expulsa a ese muchachito obsceno y nos deja con lo que queda de nosotros, simplemente un objeto, sin vida pero puro, como La Rosa Blanca. Tome -acercó hacia mí el cristal en flor-, guárdese esto en el bolsillo. Consérvelo como un recuerdo de que ser duradero y perfecto, ser de hecho un adulto, es ser un objeto, un altar, una figura en una vidriera de colores: una cosa apreciable. Sin embargo, es mucho mejor estornudar y sentirse humano.
Desde que te conté alguna de mis 'circunstancias' me invade el temor a convertir esto en una ONG; vamos, que me preocupa ser una quejica. Y si bien es verdad que no tengo una vida de rosas, también es verdad que tengo unos huevos más grandes que la catedral de Santiago.
Y también es verdad que os tengo a vosotros. ¡Y a Tarzán, xd!, ¿cómo sabrá él que lo que mejor entiendo es el lenguaje de los monos? Ese alarido... cómo me pone... vamos, me alimenta más que los yogures. Te lo digo de verdad.
Pensaba cenar dos yogures con cereales pero, sólo de recordar los malita que me puse, voy a pasar de yogures, demasiada acidez ahora que se me puesto la boca tan dulce al hablar con vosotros.
¡...es mucho mejor estornudar y sentirse humano!
Así que me cago en la puta realidad: ya no quiero jugar a ser adulta. Porque, además, Ana Mª Matute una vez escribió que la infancia es más larga que la vida. ¡Hay tantos libros que leí gracias a ti que, sin ti, yo no sería yo.
Os quiere vuestra
kitti

viernes, 18 de junio de 2010

Estoy con la pájara.

"Una persona puede ocultarse tras su imágen, puede desaparecer para siempre tras su imágen, puede estar completamente separada de su imágen: una persona nunca es su imágen. Sólo gracias a las tres fotografías mentales Rubens telefoneó al cabo de ocho años a la mujer que toca el laúd. ¿Pero quién es la mujer que toca el laúd en sí misma, al margen de su imagen? Sabe poco de eso y no quiere saber más. Se imagina su encuentro al cabo de ocho años: están sentados frente a frente en el vestíbulo del gran hotel parisino. ¿De qué hablan? De todo lo imaginable menos de la vida que cada uno de ellos lleva. Porque si se conociesen de un modo excesivamente íntimo, se formaría entre ellos una barrera de informaciones inútiles que los convertiría en dos extraños. Sólo saben el uno del otro el mínimo indispensable y están casi orgullosos de haber guardado el uno ante el otro su vida en la sombra para que su encuentro esté iluminado y separado del tiempo y de todas las circunstancias".
Milan Kundera. La inmortalidad